En la madrugada del domingo 6 de septiembre pasado, Fernando Trujillo jugaba a las cartas con su familia, en su domicilio. Era plena época de cuarentena y restricción total de circulación en horas de la noche, sobre todo en Conesa, su ciudad, castigada con más de un centenar de casos de COVID-19 en ese invierno duro. Eran las tres de la mañana cuando sonó el teléfono, del otro lado de la línea un policía, conocido de todos en el ambiente del turf, le daba la infausta noticia “encontramos muerto a Pichuco, afuera del box en tu Stud”. Fernando no podía creer lo que le decían, pero rápidamente tomó su vehículo para desandar el par de kilómetros que separan su casa de la caballeriza de su propiedad.

Al llegar todo era tragedia. El alazán, que había ganado en Beltrán y en Conesa antes de la pandemia, yacía al lado de la puerta de la cocina, apuñalado. Había manchas de sangre por todos lados y Positiva, la otra pensionista, no estaba en su box. Trujillo fue siguiendo el rastro repleto de manchas rojizas y a unos 400 metros encontró a la yegua desangrada. Muerta.
Allí comenzaría un verdadero calvario para el propietario conesino y su familia, sobre todo para su hijo Ciro que era quien más tiempo pasaba con los caballos. Idas y vueltas con la Justicia porque no detenían a los culpables, contratiempos, padeceres, interminables llamados que hacían revivir el hecho una y otra vez y lo peor de todo: la soledad de muerte del Stud y el dolor de evocar a los pingos todos los días.
Dicen que un clavo no saca otro clavo, pero sin embargo a las pocas semanas del luctuoso hecho, Ariel Dotzel, el cuidador choelense afincado en Neuquén, llamó a Fernando para ofrecerle un caballo y para así volver a armar el Stud de a poco. Trujillo ni lo dudó, adquirió el equino, se lo regaló a su hijo y por el nombre hubo acuerdo enseguida, Enviado Soy le pusieron y el zaino pasó a encarnar el protagonismo de quienes estuvieron bajo su mismo techo antes de ser brutalmente asesinados. Luego apareció Soy Gitana, que ya ganó debutando de local. Y a pesar que cada día que llegan padre e hijo al Stud, millones de imágenes vienen a sus cabezas, de a poco van calmando dolor con turf y haciendo el duelo entre viruta, pasto y avena.
Fueron muchas las muestras de cariño recibidas desde muchos puntos del país mediante mensajes, posteos, llamadas y fotos. También en el hípico, los vecinos comenzaron a acercarse más al “Doña Cristina” nombre de la caballeriza de la familia. Pero hubo un regalo que vino a compendiar todo el afecto que recibieron los Trujillo luego de los fatales hechos: un caballo hecho con material reciclado construido a una escala real casi irreal.
Roberto Nahuelcura es un artista plástico conesino, un creador de arte como el mismo se define y que utiliza material reciclado para llevar adelante su obra. Trozos de metal, chapas en desuso, llantas y cualquier tipo de chatarra que sea descartada, para él tiene un valor inmenso. Donde muchos ven deshechos, él ve creación. Y así fue que, con varios elementos encontrados por ahí, un día hizo un caballo abalanzado, con materiales livianos de tal manera que pueda formar una escultura cuyo peso no acarree inconvenientes a quien la posea, pero al mismo tiempo que esté dotada de una fortaleza que solo un equino puede trasmitir. La obra de arte de Roberto sintetiza el pasaje de lo desechado a lo artístico simbolizado por un animal fuerte y animoso.

La primera idea del artista plástico era comercializar su trabajo pues era del gusto de varios clientes y podía representar el comienzo de una zaga de animales hechos de chatarra y chapa para decorar distintos lugares. Sin embargo, cuando se enteró de la historia de Pichuco y Positiva, se puso en contacto con Fernando Trujillo y le regaló su escultura, en un acto de bondad infinita por el cual la obra de arte pasa a inmortalizar a los caballos tristemente desaparecidos.
El caballo de metal llegó al Stud Doña Cristina el viernes, en la previa de las carreras de Conesa del pasado 4 de abril y pasó inmediatamente a honrar el centro del patio, frente a los boxes, con su abalanzo lleno de vitalidad artística, y según averiguamos más adelante tendrá un rectángulo de pasto debajo de sus patas traseras desde donde velará por sus congéneres de correr. Nosotros lo conocimos el sábado y quedamos impactados con su belleza. El ojo clínico de Romina Serenelli plasmó para siempre el momento con unas fotos excelentes, tal como nos tiene acostumbrados. Fue un momento cargado de emotividad.
Nosotros también recibimos nuestro regalo, pues Fernando nos pidió que le pusiéramos nombre al plateado bravo del abalanzo eterno. Después de reflexionar y pensar durante un largo rato concluimos en ponerle de nombre “Amor Para Siempre”, pues esta historia se trata de eso.
